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jueves, 14 de abril de 2016

El Eterno




Cada vez que veo tu mirada sé que me acerco hacia el fin- le dije a la Muerte, no sin cierta melancolía-. Sin embargo, llegas un poco tarde. Ya todo se ha perdido, y no queda nada por hacer ¿No ves acaso al fuego devorando al cielo? ¿A la tierra comida por el mar? ¿Ya notaste que estoy en el último paraje del mundo? Me habías prometido llevarme en paz ¿No es cierto?
La Muerte no me contestó, sólo se quedó mirándome, en silencio. Sus ojos eran como la profunda extensión del cielo nocturno.

No piensas contestar ¿verdad? Antes hablabas más, entonces eras más divertida- suspiré-. ¿Cuánto tiempo esperaremos aquí? ¿Te da curiosidad observar el campo que acabas de cosechar? Me pregunto por qué tardaste tanto en venir  ¡Eres cruel! Y peor aún, eres lenta ¿Te gusta verme así como estoy ahora? ¿Te causa fascinación ver a cualquiera en la miseria más absoluta? Seguro que sí, nunca fuiste precisamente alguien oportuno ¿Recuerdas nuestras pláticas? Si, lo haces, no necesito que me contestes ¡¿Por qué no te vas  de una vez?! No necesitas acompañarme, me sentía solo antes de que pasara todo esto, siempre me he sentido solo.

La Muerte pareció reaccionar en esta ocasión. Casi percibí cierta culpa en ella.

Tengo que admitirlo, te presentaste de una forma agradable. En serio, esta apariencia te favorece- La observé detenidamente-. Me resulta familiar. No sé, creo que es agradable. Supongo que tú no tienes género en realidad, aunque no tengo inconveniente con esta imagen de ti. Creo que si no estuviera tan enojado contigo y tus hermanos, seguro trataría de conquistarte ¿No te causa gracia? A mí sí. Por cierto, hablando de tus hermanos ¿Cómo está Vida, sigue enojada porque lo del homúnculo? Tiene que admitir que mi trabajo fue fantástico, pocos habían logrado crear homúnculos, pero ¡¿Darle un alma a uno?! ¡Fue perfecto! En fin, Vida siempre me agradó, creo que era la más bondadosa de todos ustedes, posiblemente mi favorita de todos ustedes. Aunque demasiado relajada para mi gusto, tal vez demasiado inocente ¡¿A quién engaño?! Tú y yo sabemos que si algo no tiene tu hermana es la inocencia ¿o no? No lo sé, todos ustedes son tan extraños, tantos siglos y aún no he podido comprenderlos. Supongo que es imposible.

Destruí la piedra filosofal, tal como ustedes me ordenaron, lo mismo hice con los papiros del Sabio- Muerte pareció triste cuando dije esto, si eso era posible-. ¿Por qué tardaron tanto? ¿Era necesario discutir el asunto con Equilibrio? Sí, no podía ser de otra forma. Entonces ¿Cuál es el veredicto?

Muerte se quedó un rato sin hacer movimientos, sin  dar a notar sentimiento alguno, sin hablar ni hacer señas ¿Noté algún sentimiento en ella? No lo sé, era como sentir enojo, tristeza, pesar, felicidad, todo sentimiento que se le pudiera a uno ocurrir, y a su vez ninguna, como si un vacío o una imposibilidad de permanencia en sí mismo no dejara a las emociones fluir como debían. Al final se acercó a mí, acarició mi cara y puso un objeto en mi mano.

Supe de inmediato lo que deseaba comunicarme, lo que la Muerte había colocado en mi mano era un anillo, el cual conocía su origen a la perfección, y su función tampoco era un secreto para mí. Además, la Muerte me reveló como usarlo.

La Muerte se retiró entonces. Sin haberse llevado nada de mí, sin llevarme con ella. Parecía ser que mi destino debía ser trágico ¿Estaba condenado a vivir eternamente? No, había una salida, y era ese anillo.

La función de ese curioso objeto era una sola: el último nivel de liberación, el término de cualquier vínculo de cualquier índole, de toda limitación, el hecho que muchos temen que ocurre al morir, pero de forma mucho más profunda, cruda y dolorosa. Simple y sencillamente porque en este caso la especulación más difícil de concebir se hacía verdadera.

Sostuve el pequeño regalo de la Muerte durante un tiempo muy largo, horas, días, semanas, o quizá años. Al final opté por usarlo. Lo coloqué donde debía ir, respiré hondo y me preparé.
Estoy seguro de que el eco de mis acciones repercute hasta los rincones más profundos del tiempo, y mis palabras resuenan en la eternidad, en mundos que para mí son inhóspitos. Si aún pueden conocer sobre mí, es porque todavía no he usado el anillo, y no estoy completamente decidido a hacerlo ¿Acaso debo vagar por siempre solitario en los desolados pasajes de lo que alguna vez fue un mundo vivo? ¿Puedo siquiera intentar concebir la otra opción? Los años pasan y aún espero la respuesta.


                                                                                                                             Antonio Arjona Huelgas
                                                                                                                             Ciudad de México
                                                                                                                             14 de abril de 2016
                                                                                                                             

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